La generación desamparada
La generación desamparada
Hoy en día, un título universitario ha perdido su valor garantizado para acceder a un empleo estable. Las empresas no solo exigen estudios, sino también experiencia laboral, habilidades técnicas y posgrados, lo que pone a los jóvenes en desventaja. Además, existe una brecha entre la formación académica y las demandas prácticas del mercado laboral, lo que agrava la sensación de insuficiencia. A esto se suma la inflación de títulos, donde obtener solo un grado ya no es suficiente, y la carga emocional y financiera de costear estudios sin garantías laborales genera más frustración y ansiedad.
Esto implica que tener una titulación es una ventaja pero no una garantía. Nuestra generación está siendo continuamente criticada y juzgada por el mundo en el que vivimos, achacándonos a nosotros, los jóvenes, la culpa de este mismo, cuando meramente nos toca desenvolvernos en un mundo desconocido para nosotros y también para ellos. Vivimos cansados de escuchar día tras día que no tendremos un futuro asegurado, que no tendremos trabajo después de completar nuestros estudios, que tener un hogar propio y una familia cada vez se convierte más en un sueño en vez de un objetivo. Nos critican por el panorama que vivimos cuando somos las principales víctimas de él.
Actualmente, los jóvenes enfrentan requisitos laborales inalcanzables que se han vuelto una fuente constante de frustración y ansiedad. Muchas empresas exigen que los candidatos jóvenes cuenten con años de experiencia laboral, incluso para puestos de nivel inicial. Esta situación crea un círculo vicioso: los jóvenes necesitan experiencia para conseguir un empleo, pero sin oportunidades laborales es imposible obtener esa experiencia. Se nos exige una experiencia superior a 1 año para un empleo de fines de semana que buscamos compaginar con nuestros estudios.
Además, a menudo se espera que los jóvenes no solo tengan experiencia, sino que también cuenten con habilidades técnicas especializadas, múltiples idiomas, y un historial de prácticas o voluntariados que demuestren un perfil sobresaliente. Estas expectativas son difíciles de cumplir para quienes recién egresan de la universidad o acaban de terminar sus estudios, ya que muchas veces han dedicado gran parte de su tiempo a formarse académicamente, sin oportunidades reales para adquirir experiencia práctica.
La exigencia de multitarea y habilidades "blandas" (comunicación, liderazgo, trabajo en equipo) añade otra capa de dificultad, ya que los jóvenes se ven obligados a cumplir con una lista interminable de requisitos para puestos que en el pasado no requerían tanto.
Esta situación genera una sensación de injusticia y desánimo, ya que muchos jóvenes se sienten insuficientes o incapaces de alcanzar el nivel exigido, lo que alimenta la ansiedad y la incertidumbre sobre su futuro profesional.
La fuga de cerebros ocurre cuando jóvenes altamente capacitados emigran en busca de mejores oportunidades laborales y condiciones de vida, debido a la falta de opciones adecuadas en sus países de origen. La exigencia de experiencia, salarios bajos y pocas oportunidades de crecimiento llevan a estos profesionales a buscar empleo en el extranjero, donde sus habilidades son más valoradas. Esto afecta negativamente a los países de origen, que pierden talento clave para su desarrollo económico y social, creando un círculo vicioso que dificulta la retención de nuevos profesionales.
Hoy en día, muchos jóvenes sufren de ansiedad y depresión debido a la incertidumbre sobre su futuro y qué hacer con sus vidas, en un contexto social y económico cada vez más exigente. La presión social para lograr éxito académico, profesional y financiero rápidamente genera un estrés constante, exacerbado por las comparaciones en redes sociales. Además, la precariedad del mercado laboral añade inseguridad, lo que provoca frustración y falta de estabilidad.
La búsqueda de un propósito y la definición de una identidad personal en un mundo cambiante contribuyen a una mayor desmotivación. A esto se suman preocupaciones globales como el cambio climático y la desigualdad, lo que provoca una crisis existencial sobre el futuro.
El impacto en la salud mental es profundo, con altos niveles de ansiedad y depresión, agravados por la soledad emocional y el aislamiento, haciendo difícil para muchos jóvenes pedir ayuda.
En definitiva, la depresión y ansiedad que sienten muchos jóvenes hoy en día están profundamente relacionadas con la complejidad y los desafíos del mundo moderno. La presión por cumplir con las expectativas sociales, la incertidumbre económica y laboral, la búsqueda de propósito y el panorama global preocupante son factores que contribuyen a su malestar emocional. Es crucial abordar estas preocupaciones mediante la creación de espacios de apoyo y diálogo, promoviendo la salud mental y ofreciendo a los jóvenes herramientas para enfrentar la incertidumbre de una manera más saludable y resiliente.
La guinda del pastel es que aun habiéndonos sobrepuesto a todo esto, si por azar o pura probabilidad surge una oportunidad, nos vemos obligados a dejarla pasar por motivos ajenos a nosotros. Precisamente en el sector de los maestros, multitud de plazas que han sido ganadas con mucho esfuerzo y superando numerosas adversidades e intentos, son rechazadas porque no es posible encontrar una vivienda que haga posible aceptar el puesto. Ya no es solo que exista un gran problema con la vivienda actualmente, es que las instituciones que se quedan sin cubrir esas plazas tampoco hacen nada. Esto sumado a que en la mayoría de comunidades autónomas puedes ser destinado de una punta a la otra cada curso imposibilitan la formación de una familia. Y lo que se escucha en las noticias y los medios de comunicación no es precisamente una denuncia de estas injusticias. Se trata diciendo que los jóvenes cada vez se independizan más tarde, como si tuviéramos otra opción. Se retrasa la edad en la que se tiene hijos, porque no podemos garantizar nuestra subsistencia cómo vamos a plantearnos traer una persona al mundo bajo las mismas condiciones. A diferencia de generaciones pasadas somos muy sensibles ante la salud mental, porque estamos condenados a sufrir enfermedades que no se consideran ni tan siquiera relevantes.
Y en todo esto de lo que en ocasiones se nos culpa, no jugamos más que el papel de víctima. No podemos hacer nada para cambiarlo porque no tenemos los medios, quien los tiene no tiene la intención porque no les beneficia, y los que no sufren este problema permanecen impasibles. Estamos abandonados a nuestra suerte, somos la generación desamparada.
Pues así es. ¿Y dónde encontrar el camino? ¿Cómo encontrarlo? No tengo respuestas a estas interrogantes pero sí una certeza: sea donde sea, lo vais a encontrar. Aunque quizás no valgan las recetas de otro tiempo. Ahí lo dejo para el debate.
ResponderEliminar